POR UN GIRO HACIA UNA IZQUIERDA RADICAL
- Erick G. Ramos

- 9 jul
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 22 jul
Militancia, formación y juventudes

A LA IZQUIERDA, Collage, E. (2025)
Primera entrega.
El objetivo no es “ser” activista,
sino ayudar a que la clase trabajadora se active
y se transforme a sí misma.
Mark Fisher
Lo radical —el ir a la raíz— va más allá de cualquier elemento discursivo o performático, pues se centra en construir las condiciones adecuadas para efectuar los objetivos propuestos por militantes, organizaciones y partidos de izquierdas.
En México tenemos un gobierno que se autodefine como de izquierda, y aunque se polemiza y discute mucho al respecto, stricto sensu, desde la teoría y la geometría política, lo es. Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) y su proyecto de nación, llamado la Cuarta Transformación (4T), forman parte del espectro de las izquierdas y del progresismo mexicano y latinoamericano.
No obstante, a partir de su actuar y resultados, han demostrado ser una izquierda en suma limitada y subordinada por especificidades que le hacen imposible tener direccionamientos satisfactorios en pro de las necesidades populares a mediano y largo plazo. Su talante socialdemócrata y liberal la ata a batallas pírricas por reformar y dar un rostro humano al capitalismo, en vez de buscar su superación. Su pragmatismo, en pos de mantener sus espacios de poder político, la lleva a pactar y a incluir entre sus filas a personajes contrarios a sus principios políticos; además, sus disputas internas por los sobrantes del botín entre facciones de militantes la debilitan frente a sus enemigos de las derechas.
Anticipando una posible debacle del actual gobierno encabezado por MORENA (ya sea por los resultados del presente sexenio, encabezado por Claudia Sheinbaum, o del siguiente), y un próximo giro hacia una derecha reaccionaria o abiertamente “más” neoliberal —la cual puede emerger desde la llamada oposición, algún nuevo partido político o desde las entrañas de las contradicciones profundas del gobierno—, es relevante repensar una apuesta política desde las izquierdas que pueda superar estas limitaciones y disputar el poder de manera más radical.
La radicalidad en los procesos políticos de izquierdas es el termómetro más apropiado para determinar su viabilidad y eficacia en la construcción de un mundo más justo. Por añadidura, es importante matizar que, por radicalidad, nos referimos
a lo auténtico de las transformaciones propuestas, aunque erróneamente se la equipara con el ejercicio de la violencia. Si bien esta puede ser una de sus formas de manifestación, el sentido de una intervención radical en el medio social tiene más que ver con sus efectos de fondo que con la forma en que se manifiesta. (Mendoza, 2013, p. 19)
Siguiendo este camino, lo radical —el ir a la raíz— va más allá de cualquier elemento discursivo o performático, pues se centra en construir las condiciones adecuadas para efectuar los objetivos propuestos por militantes, organizaciones y partidos de izquierdas.

RADICALIDAD, Collage, E. (2025)
Por consiguiente, se necesita una apuesta por un necesario giro radical de las izquierdas que pueda contener el avance de las extremas derechas y, principalmente, abrir el camino hacia la superación del capitalismo y la construcción del deseado socialismo científico. Pero ésta no debe quedarse en una mera exposición teórica, sino que necesita emanar de una serie de propuestas críticas con posibilidad de aplicación delimitada a sus contextos y con capacidad de medición de sus efectos de fondo. Es por ello que, en este primer escrito, esbozo tres aspectos que considero fundamentales en los que constantemente fallamos las izquierdas para nutrir este rubro: diferenciar entre activismo y militancia, la necesidad de la formación política y, a partir de estos dos, disputar a las juventudes.
Diferenciar entre activismo y militancia
La necesidad de diferenciar entre la militancia y el activismo sobrepasa una mera distinción entre categorías; radica en la necesidad y funcionalidad de cada uno de éstos. Si bien parecería nimio establecer una diferenciación entre ambos —y, en ocasiones, así se presenta en la literatura académica y sociológica—, al momento de efectuar acciones políticas, los resultados de uno y otro pueden ser determinantes en distintos aspectos.
Resulta complicado, en el habla cotidiana, establecer una separación conceptual entre qué es ser activista y qué es ser militante; incluso, ambos términos se utilizan de manera indistinta y sinonímica. Podemos señalar que la diferencia principal reside en que un militante asume un compromiso con un proyecto político, al cual dedica gran parte de sus actividades cotidianas mediante su participación en una organización o partido. Asimismo, sostiene convicciones éticas y una formación política constante que contribuyen a alcanzar objetivos a corto, mediano y largo plazo.
El activismo, más que una superación de la militancia, es una acotación de ésta a rasgos abiertamente liberales, por lo que no puede responder a procesos de radicalización ni de profunda transformación social.
Por su parte, el activista también se adhiere a una o más causas políticas, en relación con sus inquietudes y convicciones, pero comúnmente actúa de manera individual, sin responder a un espacio colectivo organizado y delimitado, aunque su actuar esté acompañado de otros sujetos aglutinados en torno a causas comunes. Al carecer de una estructura definida en torno a un proyecto político, el activista puede transitar entre coyunturas sin la necesidad de comprometerse a dar resultados concretos de sus actividades políticas, por lo que es posible que el tiempo y esfuerzo invertidos sirvan únicamente para proyectar su imagen pública y no para transformar la realidad.
Paralelamente, las acciones de los militantes responden a iniciativas colectivas, pensadas en función de abordar y superar coyunturas específicas, o bien, a planes y programas de acción previamente estructurados. Aunque, cabe aclarar, esto no garantiza de ninguna manera resultados efectivos si dichas acciones no se encuentran respaldadas por una formación política sólida.
Ahora bien, es importante aclarar algunas confusiones comunes. Dice Massimo Modonessi:
[...], la diferenciación nominal se justifica en términos de la referencia militar a la combatividad, la confrontación, al anclaje organizacional y, del otro lado, por el énfasis en el acto de la activación y la acción colectiva y el movimiento social. (Modonesi, 2016)
Y si bien en primera instancia esta diferenciación es adecuada, también puede dar pie a falsas concepciones y generalizaciones que no corresponden del todo con la aplicación de los conceptos.
Comúnmente se entiende la militancia como un modelo de rigidez absoluta que pone al individuo y sus necesidades en total subordinación a los objetivos de la organización y el partido, sin que éste tenga voz ni voto. Esto se debe a los juicios de valor que existen respecto de todo lo que derive de lo “militar”, aunque la relación se encuentre más ligada a lo etimológico que a lo institucional. A partir de ello, suele asociarse la actividad militante con el espíritu de las derechas o lo “conservador”.
Empero, la militancia puede florecer en ambos polos del espectro político contemporáneo, y discutir si es más propia de la izquierda o de la derecha resulta completamente insustancial, del mismo modo en que es posible aplicar el concepto de “activismo” en ambas esferas. Sin embargo, esta confusión también nace del abuso y la idealización que distintas organizaciones de izquierda han hecho del concepto, llevándolo a un terreno casi caricaturesco y más cercano a una figura nostálgica que añora un pasado glorioso, en el cual las condiciones materiales exigían un modelo de militante que actualmente resulta inviable. Esto da pie a militancias que no han cambiado sus formas de trabajo en décadas, cuyos resultados no son menos infructuosos que los del activismo.
Ahora bien, comúnmente se afirma que el activismo vino a sustituir a la militancia en las últimas décadas del siglo pasado, con el auge de los nuevos movimientos sociales, dando paso a procesos más laxos, menos dogmáticos y con una mayor flexibilización táctica, donde los compromisos pueden ser solo temporales o endebles, asociados más a la subjetividad que a la colectividad. Es decir:
…más allá de captar fenómenos y procesos reales, las matrices analíticas dominantes que impulsan y argumentan el paradigma de activismo puntual abonan a una concepción liberal y meramente ciudadana de la política, que reconoce la existencia y atribuye un valor al conflicto, pero lo despolitiza y tiende a colocarlo —y resolverlo— en clave estrictamente institucional e intrasistémica. (Modonesi, 2016)
Por lo tanto, el activismo, más que una superación de la militancia, es una acotación de ésta a rasgos abiertamente liberales, por lo que no puede responder a procesos de radicalización ni de profunda transformación social. Podemos afirmar que el activismo es una degradación de una militancia que no fue capaz de superar sus contradicciones ni de adaptarse a las nuevas necesidades que los tiempos exigían.
Una vez aclarado esto, queda explicitada la necesidad de apostar por la formación de militantes frente a la de activistas, no porque una sea “buena” y la otra “mala”, sino por la eficacia en la obtención de resultados. No obstante, es urgente quitar a la figura militante todas las capas caricaturescas que la deforman: el “dogmatismo” acrítico, la falta de una formación política integral y completa, la alta carga de un discurso nostálgico, así como el rechazo a la renovación de sus prácticas, tácticas y estrategias. Esto con la finalidad de construir militancias que sean tan atractivas como efectivas para las juventudes, quienes suelen quedar enfrascadas en los activismos de izquierda, no porque estén incapacitados para asumir compromisos mayores y complejos, sino porque existen pocas organizaciones y partidos de izquierdas de carácter militante que los piensen como eje central de sus procesos, y no sólo como un apéndice de su proyecto, al que comúnmente se le da la nomenclatura de juventudes de “x” o “y”. Para ello, será indispensable poner énfasis en la formación política que necesitan los jóvenes.
La importancia de la formación política (teoría y praxis)
La formación política es un tema indispensable para la generación de militantes aptos para desarrollar los objetivos de cualquier partido u organización. A pesar de ello, es uno de los temas más descuidados por parte de las izquierdas. Si bien, la mayoría de partidos u organizaciones de izquierda cuenta con un programa o proyecto de formación política, éste normalmente pasa a un segundo plano o se confunde con ejercicios teóricos y prácticos de propaganda interna.
Es importante enumerar aquello que, aunque forma parte de la formación política, no necesariamente la engloba: 1. Aprender teoría y acumular conocimientos sobre una o más corrientes políticas y filosóficas. 2. El pragmatismo y la experiencia adquirida en la actividad política cotidiana y la movilización y 3. La capacitación en los principios y estatutos de la organización o del partido. Aun cuando cada uno de estos elementos puede ser parte de un programa formativo eficiente, por separado son insuficientes para dotar de las capacidades necesarias a los jóvenes militantes.
Por su parte, la formación teórica es base fundamental para todo sujeto militante. Pero, ¿qué estamos entendiendo por formación teórica? Principalmente, desde las izquierdas, solemos reducir esto al proceso de lectura y discusión de textos centrados en algunos autores y corrientes. Por lo tanto, mantenemos cierta eficiencia en formar militantes aptos en un área específica. Por ejemplo, las organizaciones marxistas-leninistas aglutinan excelentes expositores de esta corriente, así como las trotskistas, anarquistas, maoístas, socialdemócratas e identitarias en sus respectivos campos.
Empero, pocas veces se amplía este proceso formativo a una extensión más compleja de temáticas, ya sea por poco interés o por un abierto rechazo a leer y discutir aquellas posturas teóricas (tanto de derechas como de izquierdas) que se consideran contrarias a sus postulados o “innecesarias”. En consecuencia, tenemos jóvenes militantes carentes de las herramientas teóricas suficientes para analizar y transformar su realidad, pues no basta con la mera hiperespecialización en un área de la teoría política para impulsar cambios sociales, así como tampoco es justificable partir de planteamientos sesgados para afirmar que algunas teorías ya están superadas.
[La formación política] no debe —ni puede— ser menos rigurosa, disciplinada y diversa que la formación ofrecida por las instituciones educativas tradicionales, aunque con objetivos que trascienden el mero aprendizaje.
Lo anterior no sólo se hace presente en pequeñas organizaciones y partidos: su exponente más lamentable es el Instituto Nacional de Formación Política (INFP) de MORENA, el cual surgió de la mano de un supuesto proyecto de nación, pero que a lo largo de los últimos años derivó en un espacio para que académicos e intelectuales afines al partido realicen cátedras y cursos inconexos que, más allá de aportar un bagaje teórico estructurado y concreto a quienes asisten, funcionan como un impulso propagandístico para “fortalecer” al partido teniendo como objetivo el miedo a perder el poder.

PAIDEIA MODERNA, Collage, E. (2025)
Su “Curso básico de formación” consiste en: Principios y documentos básicos de MORENA, MORENA y los movimientos para la regeneración de México, ¿Cómo combatir las estrategias golpistas de la derecha? (algo osado para un partido que en los últimos años abrió las puertas a decenas de derechistas), La ética de la Cuarta Transformación, Nuestra América, Plan Nacional de Desarrollo y el papel de MORENA en la 4T, y Feminismo y transformación (Instituto de Formación Política de MORENA, s. f.).
Si se hace una revisión exhaustiva de los documentos, bibliografía y archivos multimedia que componen cada uno de sus apartados, resalta lo siguiente: propaganda que intenta pasar por teoría; bibliografía reducida, sesgada, poco actualizada e inconexa; nula seriedad en el abordaje de autores, corrientes y términos; ausencia de obras que fundamenten la conceptualización; y desorganización en sus planes y programas. En consecuencia, se puede especular que, en el intento de abarcar lo más posible y llegar a la mayor cantidad de personas, se realizó un ejercicio aglutinante que carece de objetivos claros y que, por lo tanto, será ineficiente en sus resultados.
Por otra parte, algunas organizaciones y partidos piensan que la formación política se adquiere a través de la experiencia cotidiana de sus militantes: la realización de propaganda, la participación en marchas y asambleas, la acción directa (en el caso de las ultraizquierdas), entre otras actividades. Es decir, suelen confundir la praxis revolucionaria con la mera ejecución de acciones propagandísticas o reactivas ante coyunturas específicas.
Si bien, lo anterior posee un valor formativo importante, al estar completamente subordinado a un ejercicio empírico que no proviene de un programa que fortalezca y dé forma a estas habilidades —a partir de su estudio crítico y el análisis de su pertinencia ante una u otra circunstancia—, todos sus elementos potenciales se diluyen en un desorden impulsado por una intensa fuerza de voluntad, pero sin rumbo claro.
Siguiendo lo dicho, cabe preguntarse: ¿qué se necesita para alcanzar una formación política, tanto teórica como práctica, que resulte eficiente? En primer lugar, no debe asumirse como un aspecto secundario, complementario o limitado a los procesos de reclutamiento, sino como lo que realmente es: un espacio destinado a formar, en el plano teórico y práctico, a quienes asumen la responsabilidad política y ética de transformar la sociedad. Por ello, no debe —ni puede— ser menos rigurosa, disciplinada y diversa que la formación ofrecida por las instituciones educativas tradicionales, aunque con objetivos que trascienden el mero aprendizaje.
En cuanto a lo teórico, es fundamental tener claro que cargamos con siglos de producción en teoría política, la cual no puede reducirse a lecturas o círculos de estudio que sólo refuercen nuestros propios sesgos ideológicos. Se requieren procesos de aprendizaje progresivos y verdaderamente interdisciplinarios, que cumplan objetivos a corto, mediano y largo plazo, hasta que los militantes de cada organización o partido adquieran un dominio sólido de la teoría, los conceptos y el análisis de coyuntura. Este conocimiento debe permitirles responder a la mayor cantidad de problemáticas posibles desde una postura científica, incluso cuando existan contradicciones entre sus convicciones políticas y las herramientas teóricas empleadas.
En lo que respecta a lo práctico, es indispensable comprender que no se trata únicamente de aprendizaje empírico, sino de someter éste a un ejercicio riguroso de análisis crítico y mejora constante en relación con su sustento teórico. Todo ello con la finalidad de sofisticar los procesos y planes de acción, de modo que estén siempre a la altura de las circunstancias que deben enfrentar.
Resulta evidente que, para lograr todo esto, se requiere de una infraestructura compleja y de una cantidad considerable de recursos. Sin embargo, el primer paso es asumirlo como una necesidad infranqueable si realmente se pretende transformar la sociedad y superar el capitalismo.
Disputar a las juventudes
A lo largo del texto se han expuesto debilidades de las izquierdas, señalando la necesidad de una mayor rigurosidad tanto en la aplicación conceptual como en los procesos formativos. Esto podría interpretarse como una muestra de “posturas rígidas” poco atractivas para los jóvenes; quizá por ello, en algunas corrientes se ha optado por suavizar tanto el fondo como la forma.
No obstante, tal vez sea precisamente ese trato infantilizante —o incluso idealizado— con el que las izquierdas nos dirigimos a los jóvenes una de las causas de su desencanto. Más allá del discurso, pocas veces se les reconoce como el sector con mayor potencial revolucionario. En este sentido, repetimos con frecuencia la frase de Salvador Allende: “Ser jóven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, pero olvidamos que un jóven también puede ser un revolucionario de derechas, aunque esa combinación nos incomode profundamente.
Quienes militamos en las izquierdas debemos profundizar nuestra formación y compromiso, para convertirnos en referentes con propuestas y soluciones —aunque complejas— que contribuyan a la construcción de un futuro distinto. Se trata de hacer de nuestra vida política algo genuinamente atractivo y digno de ser imitado, sin caer en la superficialidad.
Esto no implica rebajar el nivel al de la retórica y las formas simplistas de las derechas, sino asumir una disputa que solemos ignorar, quizá porque ni siquiera la vemos: la disputa por las juventudes. Para ello, es indispensable comprender a los jóvenes como son —no como quisiéramos que fueran— y apostar por el desarrollo de sus capacidades en función de las necesidades colectivas. El objetivo debe ser que se conviertan en potenciales líderes de las izquierdas, y no en eternas víctimas de sus circunstancias.

En consecuencia, quienes militamos en las izquierdas debemos profundizar nuestra formación y compromiso, para convertirnos en referentes con propuestas y soluciones —aunque complejas— que contribuyan a la construcción de un futuro distinto. Se trata de hacer de nuestra vida política algo genuinamente atractivo y digno de ser imitado, sin caer en la superficialidad. Es decir, una alternativa contundente ante el pensamiento reaccionario que hoy ocupa los espacios juveniles, pero también con capacidad de escucha, adaptación al entorno, resultados claros y la frontalidad necesaria ante cualquier circunstancia. Sobre todo entendiendo a las juventudes como un eje central de nuestros procesos políticos. De ahí la importancia de profesionalizar la militancia y la formación política.
Hoy en día muchos se preocupan por la radicalización de los jóvenes. Con las condiciones actuales, no podría esperarse menos. Sin embargo, la tarea no es escandalizarnos, sino construir las condiciones para que esa radicalización se oriente hacia la izquierda, porque aferrarse a los “centros” sólo nos conduce al fracaso, como lo demuestra el actual gobierno.
BIBLIOGRAFÍA
El Machete. (2024, 21 de agosto). Activismo o militancia. Recuperado de https://elmachete.mx/index.php/2024/08/21/activismo-o-militancia/
Instituto de Formación Política de MORENA. (s. f.). Instituto de Formación Política de MORENA. Recuperado de https://www.infpmorena.com.mx/7
Kafé Kyoto. (2025, junio). Una GENERACIÓN de CRISTAL [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=SGoWw1XMRR4
Lewis, R. (2018). Alternative Influence: Broadcasting the reactionary right on YouTube [Informe]. Data & Society Research Institute. Recuperado de https://datasociety.net/library/alternative-influence/
Mendoza, A. (2013). “Prólogo” dentro de Izquierdas Mexicanas en el Siglo XXI (problemas y perspectivas) pp.13-20. Centro de Documentación y Difusión de Filosofía Crítica.
Modonesi, M. (2016, 9 de agosto). Activistas y/o militantes. Desinformémonos. Recuperado de https://desinformemonos.org/activistas-yo-militantes/
Revista de la Universidad de México & TV UNAM. (2025, 28 de febrero). Estoicismo, red pill y jóvenes de derecha [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=N6wV0Lmk3KMm.facebook.com+3revistadelauniversidad.mx+3youtube.com+3
Romero Peña, A. (2019, 21 de julio). Menos activismo, más militancia. El Salto. Recuperado de https://www.elsaltodiario.com/activismo/menos-activismo-mas-militancia
Erick G. Ramos, coordinador general del Centro de Documentación y Difusión de Filosofía Crítica (CDyDFC) y editor de la Revista Filos Crítica. Clasicista de formación académica.







Comentarios