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SOBRE EL ESTUDIO DE LOS MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES

  • Foto del escritor: Sandra Betán
    Sandra Betán
  • 12 jun
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: 11 sept


Más allá de la condescendencia ¿académica?


Primera entrega


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MOV EST, Collage. E. (2025).


[...] si el activismo político y sus características son incomprensibles sin referencia a la sociedad y a la coyuntura, ello no significa que el movimiento estudiantil sea la proyección fiel de la sociedad. Por el contrario, el movimiento es muy capaz de encerrarse en sí mismo y de abstraerse de la sociedad.


J. Meyer






En los últimos meses una serie de paros, asambleas y marchas han tenido lugar en distintas universidades públicas. Cada acción con diferentes objetivos y en respuesta a diversas coyunturas acotadas en su propio espacio.




Actualmente resulta sencillo trivializar los estudios de los movimientos estudiantiles desde algunos espacios académicos, pero ¿en qué consiste este fenómeno?, ¿cómo se sustenta?, y lo más importante: ¿cuáles son sus consecuencias? A lo largo de varias entregas buscaremos dar respuesta a estas interrogantes, con la finalidad de sumar a la discusión sobre el tema, no sólo desde el terreno de la academia, sino desde el de la política. 


Un poco de contexto


En los últimos meses una serie de paros, asambleas y marchas han tenido lugar en distintas universidades públicas. Cada acción con diferentes objetivos y en respuesta a diversas coyunturas acotadas en su propio espacio: la exigencia de comedores subsidiados, confrontación a reformas a los reglamentos de la universidad y a las leyes orgánicas, la falta de presupuesto y transparencia en el gasto son sólo algunas de las problemáticas que han movilizado al estudiantado. Esto suscitó la reaparición de la discusión sobre los movimientos estudiantiles: su alcance, fuerza y posibilidad de cambio. Aunque también hay una alteración conceptual interesante que se ha presentado en las discusiones recientes al respecto: el intercambio del concepto movimientos estudiantiles por activismos estudiantiles.

 

Sobre las definiciones: movimientos y activismos estudiantiles


Para poder entender este cambio y lo que implica, es necesario considerar primero qué es lo que comprendemos por movimiento estudiantil, para lo cual intercalamos las definiciones propuestas por Denisse Cejudo (Cejudo, 2019) y Sidney Tarrow (Tarrow, 2004): es un actor colectivo y heterogéneo conformado en su mayoría por sujetos que se identifican como estudiantes, los cuales se unen en la búsqueda de la resolución de objetivos situados al interior o al exterior de los centros de estudio. Para lograrlo, hacen uso de un repertorio de acción variado con el que se mantiene la acción colectiva en el tiempo. Se enfrentan a enemigos identificables y tienen aliados dentro de la sociedad.  

 

Contrario a esto, Nicolás Dip enfatiza la necesidad de suplantar el concepto movimientos estudiantiles por activismos estudiantiles bajo la idea de:


no dar por sentada la existencia de movimientos estudiantiles, sobre todo en relación con la supuesta presencia de un actor colectivo que tiene claramente delimitados sus contornos sociales y posee adversarios fácilmente identificables [...] el acercamiento a la problemática desde sus dos caras, política y estudiantil, como el reconocimiento de posibles formas de participación formal e informal en los movimientos conduce a una sustitución del concepto de movimiento estudiantil por otro más elástico y menos pretencioso: el de <<activismo estudiantil>>.  (Dip, 2025)


Si bien es cierto que la suplantación de movimientos por activismos permitiría hacer un análisis más laxo del actor, se corre el peligro de denominar bajo la misma categoría a cualquier protesta aislada que se desarrolle dentro de la universidad con una duración de tiempo muy corta, sin objetivos claros ni una ruta definida para llegar a ellos. Así mismo, evitaría la necesidad de hacer un análisis crítico y profundo acerca de si aún es posible hablar del desarrollo de nuevos movimientos estudiantiles al interior de los centros educativos e incluso si éstos mismos han sido trastocados en su manera de actuar por las políticas neoliberales en las que nos encontramos a nivel global.


No nombrar es una postura política


Los movimientos estudiantiles son un actor con capacidad de injerencia política al interior y al exterior de los límites de los centros escolares, basta con hojear un libro acerca de su historia para saberlo. Sin embargo, utilizar activismo en sustitución de movimiento le priva discursivamente de gran parte de este potencial político, ya que acota toda actividad a elementos de corta duración y mera coyuntura, ¿pero cómo sucede esto?





FINDELAMILITANCIA, Collage, E. (2025).
FINDELAMILITANCIA, Collage, E. (2025).



Gran parte de la bibliografía disponible sobre movimientos sociales da por sentado que activismo es equivalente al involucramiento, acciones y movilización de sujetos que no forman parte de una militancia constante dentro de la universidad y se adhieren a momentos coyunturales realizando acciones colectivas puntuales. Por ejemplo, participando en marchas, cierres de calles, atendiendo a asambleas, etc.




Generalizar empuja a resaltar únicamente al sector más informal y desarticulado de quienes componen los movimientos estudiantiles.



No obstante, si bien, dentro del espectro de los actores que componen los movimientos estudiantiles muchos de ellos no tienen inconveniente de ser nombrados como activistas, generalizar empuja a resaltar únicamente al sector más informal y desarticulado de quienes componen los movimientos estudiantiles. Haciendo desaparecer al sector militante dentro de la amplitud política de un movimiento estudiantil (ya sea en una organización o partido). Aquellos que ejercen un compromiso con un proyecto político definido de mediano o largo aliento; es decir, el sector estudiantil que ha llevado un proceso de maduración en su actividad política. 


Por un lado, el concepto activismos no logra incluir esta categoría debido a las propias limitaciones de su definición, pues cuando un activista se forma políticamente se convierte en militante, que responde a organizaciones o partidos ya existentes o forman nuevos que atienden otras problemáticas sociales. Por otro lado, el concepto militancia constantemente se desdeña u oculta debido a su etimología y asociación tanto a organizaciones y partidos de derechas como de izquierdas, pues se percibe como “duro”, “ortodoxo”, “anquilosado”, subordinado a “lógicas patriarcales”, pero no se atiende a su definición más allá de estos juicios de valor.


Es por ello que nombrar a los movimientos estudiantiles únicamente como activismos parece un intento por mantener la imagen de “pureza” del estudiante ante la sociedad, como si se tratase de un actor a quien no le mancilla ni atraviesa la política cotidiana que sucede fuera de los confines de los centros académicos. Sin embargo, el hacerlo niega otra parte importante para el estudio de los movimientos estudiantiles: entenderlos como un actor político activo y como tales, por lo tanto, son propensos a que “en el caso de conflictos intrauniversitarios el gobierno y los grupos de cualquier ideología (...) tratan de manipular sus acciones, así como de usarlos para su propio beneficio” (Marsiske, 1999). Haciendo un intento por idealizar su participación. 


Organizaciones ¿Actores olvidados o ignorados? 


Al obviar o ignorar la militancia, se omite otra de las dimensiones fundamentales que menciona Renata Marsiske (Mariske, 1999) para el estudio de los movimientos estudiantiles que es el análisis de sus organizaciones. Este aspecto resulta de gran importancia para detectar la combinación entre la dimensión gremial de los movimientos (todo lo que se refiere al hacer de los estudiantes) y la dimensión ideológica, ambas vinculadas con la política en general. Pues esta relación entre universidad, sociedad y política convierte a los gremios estudiantiles y a sus luchas en campos de cuadros políticos.   




Las organizaciones estudiantiles son aquellas que, bajo un horizonte político e ideológico definido, conforman un actor con capacidad de articulación e influencia política dentro y fuera de los centros educativos.



Ahora bien, el papel de las organizaciones estudiantiles también es fundamental en la cohesión y creación de los movimientos estudiantiles. Aunque se les caracterice como una especie de pieza de museo que se quedó en un sueño aletargado y encerrado en la Guerra Fría porque no “encajan” con la nueva visión romántica de los movimientos estudiantiles del presente: “horizontales”, “empáticos”, “antipatriarcales”, etc. Un ejemplo de lo anterior es la conclusión de la Tesis 4 del proyecto Los activismos estudiantiles en México, dentro del  Programa Universitario de Estudios Sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) que se cita a continuación: 


Los activismos estudiantiles están conformados por una diversidad de identidades políticas y referentes teóricos. Ante una lógica neoliberal que ha trastocado las relaciones interpersonales y ha contribuido a la precarización de la vida, las y los jóvenes se articulan colectivamente para tratar de resolver condiciones y situaciones de su inmediatez, sin perder de vista los sistemas de opresión a los que obedecen. La importancia de la defensa de la vida misma relega las ideologías a un segundo plano; la conformación colectiva no se genera tanto en función de adscripciones políticas sino en torno a problemas concretos e intereses culturales. Ello no quiere decir que las y los jóvenes carezcan de algún tipo de conciencia o formación política. Más bien sus procesos de socialización política y sus canales de participación se distancian de las formas tradicionales: partidos políticos, instituciones, sindicatos, organizaciones gubernamentales, entre otras. Sus formas de expresión política exaltan su experiencia vivida, su creatividad y sus subjetividades. La lucha estudiantil se desenvuelve en una trama más compleja que trasciende la política neoliberal. (PUEDJS, 2023)


En ella se observa que se habla acerca de “nuevas” formas de articulación colectiva para resolver problemas de su inmediatez en donde se relega a las ideologías a un segundo plano y se distancian de las formas tradicionales de organización. Sin embargo, nunca menciona cuáles son esas formas de articulación nuevas. Esto se debe a dos problemas principales en la investigación: el primero, confundir la organización del movimiento estudiantil con organizaciones estudiantiles y el segundo, no distinguir entre grupo, colectivo y organización. 


Partiendo de esto último tenemos, por un lado, a la organización del movimiento estudiantil, que son los grupos formados de manera momentánea, tales como: las mesas de las asambleas, los consejos por colegio, los representantes de las facultades, etc., los cuales emergen con las coyunturas y se extinguen tras éstas. Por otro lado, las organizaciones estudiantiles son aquellas que, bajo un horizonte político e ideológico definido, conforman un actor con capacidad de articulación e influencia política dentro y fuera de los centros educativos. Éstas no responden únicamente a coyunturas específicas, sino que desarrollan una actividad política permanente; cuentan con adversarios —que incluso pueden ser otras organizaciones— y aliados determinados; pueden o no tener un programa formativo, pero asumen la responsabilidad de la formación teórica y práctica de sus miembros; procuran el reclutamiento y la propaganda constante mediante la difusión de sus diversas posturas políticas, lo que, en algunos casos, les permite un relevo generacional continuo y, por lo tanto, la permanencia de la organización; mantienen principios y estatutos (explícitos o implícitos) a los cuales se apegan sus integrantes; y, en la mayoría de los casos, sostienen relaciones con movimientos sociales, organizaciones políticas, sindicatos y partidos fuera del ámbito escolar, lo que les posibilita una participación activa en otros espacios sociales y, a su vez, la formación de cuadros con experiencia teórica y práctica, capaces de incidir de manera más efectiva en las problemáticas estudiantiles —lo que explica la participación predominante de militantes en puestos de liderazgo y dirección dentro de las movilizaciones y movimientos estudiantiles, ya sea que dicha información sea mediática o no—.




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CAPAS DE ACTIVISMO, Collage, E. (2025).





En contraste, si no se puede nombrar otro tipo de “articulaciones colectivas” es porque éstas son efímeras, pues coincidir con diferentes estudiantes para llevar a cabo una acción en beneficio de la comunidad es únicamente activismo que se adhiere a momentos puntuales. Por ejemplo, las ollas comunitarias que se realizan en diferentes facultades y escuelas son una acción colectiva por estudiantes con diversas ideologías y subjetividades (como lo define la cita del PUEDJS); sin embargo, esto no significa que estos grupos de estudiantes deriven en una organización con objetivos definidos a largo plazo, ni tampoco implica que organizaciones ya existentes no participen en ello. Por ende, a este tipo de activismos no se les puede considerar como formas de hacer política equiparables con las que hace la militancia de las organizaciones estudiantiles, lo cual no significa que sean mejores o peores formas, sino que es necesario reconocer la parte (acción colectiva) y el todo (movimiento estudiantil).


Sin rigor ni método: la ciencia de quedar bien


Entonces, ¿a qué puede responder anteponer una categoría frente a otra en los recientes estudios académicos? La respuesta a esta pregunta puede variar según el caso que se analice: incapacidad o desinterés de los actores académicos de realizar una investigación profunda, subordinación a una agenda política que busca restar seriedad a la política estudiantil o condescendencia académica que no se atreve a analizar con rigor los fenómenos político-estudiantiles contemporáneos. Empero, todas terminan abordando a los estudiantes como un ser aparte de la sociedad, que todo lo hace en pequeño. Es decir, su política y actividad sólo merecen la seriedad de una acción lúdica y recreativa, cuyos repertorios de protesta parecieran más caprichos bien intencionados que parte de una disputa seria de políticas educativas.




Se confunden continuamente las definiciones de movilización y movimiento; se agregan conceptos como “ternura” y “cuidado colectivo”, pero se omiten sus orígenes teóricos, usos e implicaciones, por obviar la falta de propuesta y desarrollo de conceptos.



Verbigracia de lo anteriormente descrito son los ya mencionados estudios del PUEDJS sobre Culturas Políticas de los Activismos Estudiantiles (2023) que presentan en su página web 10 tesis sobre el tema, las cuales no sólo son reflejo de la superficialidad en la que pueden caer los estudios de los movimientos estudiantiles, sino del poco rigor en la metodología de investigación a causa de una idealización de los mismos. En dichas tesis presentan, de manera no diferenciada, entrevistas y testimonios de estudiantes que participan activamente en organizaciones, agrupaciones y colectivos estudiantiles de distintas líneas políticas y estructuras organizativas: anarquistas, feministas, marxistas-leninistas, trotskistas, afines al zapatismo o definidas a partir de aspectos identitarios, para llegar a conclusiones ya preestablecidas, como la predominancia de la “horizontalidad” basada más en una “acción concreta” que en una “ideología compartida”. Además, se describen indistintamente problemáticas políticas, emocionales y culturales para dar una explicación generalizada a los repertorios de lucha; se confunden continuamente las definiciones de movilización y movimiento; se agregan conceptos como “ternura” y “cuidado colectivo”, pero se omiten sus orígenes teóricos, usos e implicaciones, por obviar la falta de propuesta y desarrollo de conceptos, más allá de lo someramente descrito por los entrevistados. Todo esto, aunado a un largo etcétera.


Esto en cualquier otro análisis de carácter histórico y sociológico sobre movimientos sociales, se consideraría un error y una contaminación en el manejo de fuentes que puede llevar a conclusiones erradas o manipuladas. No obstante, la poca seriedad y condescendencia al abordar los movimientos estudiantiles permite pasar estos factores por alto y entorpece un estudio más crítico.


A manera de conclusión


En este primer texto planteamos las primeras problemáticas encontradas en los estudios de los movimientos estudiantiles contemporáneos. 


En consecuencia, buscamos abrir un diálogo que acentúe la seriedad que exige la temática. No planteamos un “diálogo horizontal”, ni una “reconceptualización a modo”, “flexibilidad de conceptos” o “preocupaciones coyunturales”, ni mucho menos un trato condescendiente a los estudiantes; a sus formas organizativas y a sus movimientos, sino analizarlos como sujetos políticos con sus respectivas potencialidades y limitantes. 




BIBLIOGRAFÍA


  • Cejudo Ramos, D. (2019). “Para analizar los movimientos estudiantiles”, Conjeturas Sociológicas, núm. 20, año 7, pp. 134-156. https://revistas.ues.edu.sv/index.php/conjsociologicas/article/view/1519

  • Dip, N. y Montiel Martínez F. (2025). “¿Están vivos los activismos estudiantiles en América Latina y el Carible? Reflexiones para debatir su actualidad desde una perspectiva histórica.” Los movimientos estudiantiles en México. Reflexiones sobre su potencia transformadora. Ramírez Zaragoza, M. A. y Osorio

  • Orozco, R. (coords.). Programa Universitario de Estudios Sobre Democracia, Justicia y Sociedad. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México. pp. 125-148. https://www.inehrm.gob.mx/recursos/Libros/2025_los_movimientos_estudiantiles_en_mexico.pdf

  • Marsiske R. (Coord.) (1999). Movimientos estudiantiles en la historia de América Latina. Vol II. Universidad Autónoma de México. Centro de Estudios Sobre la Universidad. Plaza y Valdés Editores. 

  • Programa Universitario de Estudios Sobre Democracia, Justicia y Sociedad. (2023). 10 tesis sobre la cultura política estudiantil. De los Activismos Estudiantiles en México https://puedjs.unam.mx/activismo_estudiantil/ 

  • Tarrow, S. (2004). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política(2da edición). Alianza Ensayo.




Sandra Betán, historiadora por la FFyL-UNAM. Confío en el retorno de una academia que discuta.


Erick G. Ramos, coordinador general del Centro de Documentación y Difusión de Filosofía Crítica (CDyDFC) y editor de la Revista Filos Crítica. Clasicista de formación académica.






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