LA RELACIÓN (1948) DE RAMÓN PANÉ: PRIMER LIBRO AMERICANO
- José Oscar Luna Tolentino
- 30 jun
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 23 jul

LA RELACIÓN, Collage, E. (2024)
La narración hace mención del rompimiento de una jícara con agua que inunda el mundo.
Fray Ramón Pané escribió el texto príncipe de las nuevas tierras: Relación acerca de las antigüedades de los indios. En el segundo viaje de Cristóbal Colón, de 1494, el almirante le ordenó documentar todo lo posible en la entonces llamada isla La Española, en Santo Domingo, hoy República Dominicana. Se presupone que el fraile jerónimo de origen catalán entregó la versión preliminar o definitiva de su escrito en 1498, durante el tercer viaje. El religioso refiere varios mitos de creación, por ejemplo, uno corresponde al gran diluvio universal. La narración hace mención del rompimiento de una jícara con agua que inunda el mundo.
La importancia de esta obra es tal, que: “fray Ramón fue también el primer misionero en aprender la lengua e indagar las creencias de un pueblo indígena, su Relación constituye la piedra angular de los estudios etnológicos en este hemisferio” (Arroiz, 1988, p. 1). Y se entiende la relevancia de estas narraciones, de estos documentos que informan sobre ese periodo histórico, ya que los cronistas de las indias son fundamentales para comprender nuestra época, por todos los datos históricos y socioculturales que nos ayudan a entender el devenir en que nos encontramos debido a los procesos de colonización. Edmundo O’Gorman, en su libro acerca de estos humanistas, refiere al respecto de Fernández de Oviedo:
La conquista de México y Perú son para él los episodios más importantes del desarrollo del plan providencial. El Nuevo Mundo es la fuente de inagotable riqueza que Dios pone al alcance del César para la ejecución de los divinos propósitos, […] a la corona de España (O’Gorman, 1972, p. 57).
Pané será medular en los testimonios recopilados, es el primer extranjero en develar estas cosmovisiones. En el estudio preliminar de la edición de Juan José Arrom, se hace mención de que:
Describió las ceremonias de los sacerdotes o behiques y las curaciones que éstos realizaban. Recogió los mitos que le contaron sobre el origen del sol y la luna, la creación del mar y los peces, la aparición del hombre en las islas y la domesticación y aprovechamiento de la yuca (Arrom, 1988, p. XII).
Los mitos son relatos antiquísimos que figuran en todas las civilizaciones, en los diversos pueblos del orbe:
Mitos son, pues, los relatos donde se cuentan las diversas irrupciones de lo sagrado en el mundo, irrupciones que provocan la aparición del Cosmos o de ciertas realidades primordiales del mismo: la vida vegetal o humana. En los mitos cosmogónicos de creación del mundo, del hombre, o los de la fecundidad de la tierra (Estébanez, 1996, p. 681).
El mito surge del rito, se complementan. Este último es la praxis, el recrear ese instante sagrado, ese espacio-tiempo divino de creación que se vive y se siente; por eso es medular practicarlo constantemente. Empero, qué ocurre cuando ya no se vive el rito, cuando se deja de recrear esa cosmogonía y se disocia el rito del mito; entonces, sólo prevalece la abstracción del hecho, del ritual y sólo queda el mito como un suceso pasado en lo inmemorial. Esa es la dicotomía que nos interesa sondear en este escrito: por qué se perdió la práctica de lo sagrado, en que se rendía culto a las fuerzas de la naturaleza como entelequias, como seres vivos y poderosos, capaces de aniquilar a los seres humanos. En la génesis de los pueblos originarios del continente americano aún se conservan ciertos registros —códices, murales, esculturas, dinteles que se conservan en las zonas arqueológicas— en los que se pueden apreciar esos cultos a las fuerzas de la Naturaleza. En nuestro caso, nos interesa hacer hincapié en el culto al Agua.

Ramón Pané, en su Relación, le dio prioridad a toda esta información cosmogónica acerca del origen de los habitantes de estas islas del Caribe —recordemos que se encontraba en La Española, lo que hoy conocemos como Haití y República Dominicana—. El fraile menciona al respecto en el capítulo IX, intitulado: Cómo dicen que fue hecho el mar:
Hubo un hombre llamado Yaya, del que no saben el nombre; y su hijo se llamaba Yayael, que quiere decir hijo de Yaya. El cual Yayael, queriendo matar a su padre, éste lo desterró, y así estuvo desterrado cuatro meses; y después su padre lo mató, y puso los huesos en una calabaza, y la colgó del techo de su casa, donde estuvo colgada algún tiempo. Sucedió que un día, con deseo de ver a su hijo, Yaya dijo a su mujer: Quiero ver a nuestro hijo Yayael. Y ella se alegró, y bajando la calabaza, la volcó para ver los huesos de su hijo. De la cual salieron muchos peces grandes y chicos. De donde, viendo que aquellos huesos se habían transformado en peces, resolvieron comerlos (Pané, 1988, p. 28).
Esta referencia es muy significativa porque tiene que ver con ese origen mítico que coincide con otras culturas mesoamericanas —como la maya y la náhuatl— y en términos generales, con el gran diluvio universal. En el caso de los mayas peninsulares yucatecos, como nos relata Ermilo Abreu Gómez en su ingente obra Canek (1940), podemos apreciar estas similitudes en las narrativas de su génesis:
Has de saber que Giaia tuvo un hijo malo llamado Giaial. Giaial quiso matar a su padre. Los dioses antiguos hablaron al oído de Giaia y le dijeron palabras de venganza. Giaia entonces mató a su hijo Giaial; tomó su cuerpo, lo despedazó y lo guardó dentro de una calabaza, la cual depositó en la falda de un cerro (Abreu, 2008, p. 22).
Como ocurre en la trama de los taínos o caribes, al igual que con los mayas yucatecos, la madre extraña demasiado a su hijo y procura buscarlo, hasta que finalmente la calabaza se rompe e inunda al mundo. Es relevante enfocar estas similitudes, ya que a pesar de que supuestamente no tendrían correspondencias los antillanos con los yucatecos, vemos que sí, y no es fortuito, ya que es muy probable que en tiempos muy remotos estas zonas estuvieran conectadas y por ello que sean pueblos muy parecidos y sus narrativas míticas sean casi idénticas. Por ejemplo, en el capítulo X, de la Relación de Pané, se hace mención:
Cómo los cuatro hijos gemelos de ltiba Cahubaba, que murió de parto, fueron juntos a coger la calabaza de Yaya, donde estaba su hijo Yayael, que se había transformado en peces, y ninguno se atrevió a cogerla, excepto Deminán Caracaracol, que la descolgó, y todos se hartaron de peces(Pané, 1988, p. 29).
Estos cuatro hermanos son los bacabes o tlaloques, los que sostienen el mundo, como lo ilustra Mediz Bolio en su magistral obra, La tierra del faisán y el venado (1922):
Cuatro gigantes, uno a cada viento, sostienen el cielo con sus grandes brazos. Estos son los que se llaman cuatro bacabes, que se oye nombrar. […] los cuatro bacabes disputan entre sí por el gobierno de los días que sobran cada cuatro años. Y según El que manda, así los días son malos y de muerte y sequía, o son buenos y de vida y abundancia (Mediz Bolio, 2008, p. 21).
Y a pesar de toda esta destrucción, aún quedan registros, documentos que nos ayudarán a comprender la crisis que vivimos actualmente en que se destruyen los nichos ecológicos.
En el caso de la cultura del centro de México, del valle de Anáhuac, la correspondencia directa es con uno de los soles de la cosmogonía de los antiguos mexicanos. Éste se puede apreciar en el Calendario azteca que Bernardino de Sahagún refirió en su ingente obra acerca de los mexicas:
Este dios llamado Tlaloctlamacazqui, era el dios de las lluvias: decían que él daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban todas la yerbas, árboles y frutos y mantenimientos: también decían que él mandaba el granizo y los relámpagos, y rayos y las tempestades del agua y los peligros de los ríos y de la mar. En llamarse Tlaloctlamacazqui quiere decir, que es dios que habita en el Paraíso terrenal, y que da a los hombres los mantenimientos necesarios para la vida corporal: los servicios que se le hacían, están referidos en el libro de las fiestas de los dioses (Sahagún, 1829, p. 3).
Retomando la Relación de Pané, en el Capítulo XI, en la progresión del mito de creación, refiere que:
Entonces sus hermanos le miraron la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada; y creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto de morir. Entonces procuraron cortarla, y no pudieron; y tomando un hacha de piedra se la abrieron, y salió una tortuga viva, hembra; y así le fabricaron su casa y criaron la tortuga (Pané, 1988, p. 30).
En este lenguaje figurado y metafórico, se entiende que a partir del agua surge todo y la tortuga es la representación de las cuevas sagradas, de las que se presupone también pudieron emergen no sólo los seres humanos:
[…] el Sol y la Luna salieron de una cueva, que está en el país de un cacique llamado Mautiatihuel, la cual cueva se llama Iguanaboína, y ellos la tienen en mucha estimación, y la tienen toda pintada a su modo, sin figura alguna, con muchos follajes y otras cosas semejantes. Y en dicha cueva había dos cemíes, hechos de piedra, pequeños, el tamaño de medio brazo, con las manos atadas, y parecía que sudaban. Los cuales cemíes estimaban mucho; y cuando no llovía, dicen que entraban allí a visitarlos y en seguida llovía. Y de dichos cemíes, al uno le llamaban Boínayel y al otro Márohu (Pané, 1988, p. 31).

TORMENTA, Collage, E. (2025).
Como podemos comprender, toda esta riqueza se perdió en el Caribe, los rituales acabaron con el genocidio de sus pobladores, y así fue el sistema que implementaron los conquistadores, destruir e imponer su cultura a más no poder. En ese proceso de colonización no debían permitir que prevalecieran prácticas que tacharon de idolátricas, por lo que se encargaron de suprimirlas y erradicarlas mediante la Santa Inquisición y sus agentes que realizaron infinidad de procesos y autos de fe. Y a pesar de toda esta destrucción, aún quedan registros, documentos que nos ayudarán a comprender la crisis que vivimos actualmente en que se destruyen los nichos ecológicos.
A 526 años de la publicación de este libro, podemos reflexionar acerca de estos mitos de creación y las prácticas sagradas, las ceremonias, los ritos que dedicaban a la Madre Tierra, tanto en el Caribe, como en la península yucateca, en el valle de Anáhuac y muchos otros lugares sagrados de Nuestra América. James Lovelock, con su medular obra, La venganza de la Tierra, hacia la década del setenta del siglo pasado, nos alertó de todo esto, de la cosificación que se estaba realizando. Son muy pocos los que saben e interactúan con la Naturaleza como un Ser vivo:
La noción de que, metafóricamente hablando, la Tierra está viva existía ya en la Antigüedad […] Leonardo da Vinci interpretó el cuerpo humano como un microcosmos de la Tierra y la Tierra como el macrocosmos del cuerpo humano […] Giordano Bruno ardió en la hoguera hace sólo cuatrocientos años por defender que la Tierra estaba viva(Lovelock, 2007, pp 13-14).
Los originarios de estas tierras consideraban, en ese Nosotros, que todo tiene vida: el Viento, el Fuego o el Agua son lo sagrado, lo divino.
Al respecto, y complementando, en el documental de David Attenborough: Una vida en nuestro planeta, se comparten las siguientes cifras, terribles para nosotros como humanidad y que nos pone en el pórtico de la extinción. Veamos estos datos contundentes que ocurrieron entre 1937 y 2020:
A) La población mundial pasó de 2.3 mil millones a 7.8 mil millones.
B) Las partes por millón de carbono en la atmósfera de 280 a 415.
C) Las reservas naturales de 66% a 35% en 2020.
Estas predicciones no son solamente alarmantes, sino dantescas. Sin pandemia de por medio, si no detenemos el desenfrenado consumismo en que estamos insertos, las condiciones de vida en el mundo en los próximos 10 años, 20 años o 50 años serán cada vez más precarias; estaremos en plena aniquilación. Y esa cosificación del Ser humano y de la Naturaleza es el mayor bemol, el máximo yerro de la episteme humana: la relación sujeto-objeto. Este sistema pone a ciertos seres humanos en la cima, que explotan a su gusto y antojo a los otros, ya sean recursos naturales y/o humanos, ya que todo se reduce a derrama económica, a ganancia de capital. Y en Nuestra América todo inició con la colonización de los extranjeros, se extrajeron al máximo los recursos referidos; y, como acertadamente señaló el ingente José Martí con respecto a nuestra condición de colonizados, debemos estar atentos siempre a las nuevas formas de control y dominio, sobre todo, ante países imperialistas, como los Estados Unidos de Norteamérica:
El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país (Martí, 1978, p. 7).
A modo de conclusión, el propósito general de este ensayo es cavilar, a través de estos mitos, del estrecho vínculo que tenemos con el vital líquido. He intentado sembrar una semilla en el lector, para que genere conciencia mediante una postura crítica y mordaz, de lo primordial que es el agua para todos nosotros como seres humanos y seres vivos en general. Inculcar, acaso, ese apego que debemos cultivar y procurar con Nuestra Madre Tierra: protegerla, defenderla. ¿Qué hacer con un pueblo que desecó un lago en el valle de Anáhuac para construir su metrópoli? Resulta imperante la cultura del respeto y resguardo del vital líquido. La contradicción evidente es que estos pueblos fueron considerados arcaicos, irracionales e incivilizados por los europeos, y los colonizadores no entendieron lo primordial que es cuidar y respetar nuestro hogar, el nicho ecológico que nos da vida: Pachamama. Los originarios de estas tierras consideraban, en ese Nosotros, que todo tiene vida: el Viento, el Fuego o el Agua son lo sagrado, lo divino. Rendir culto es procurar la armonía. El proceso de secularización coadyudó a desacralizar el mundo y la cosificación ha englobado al mundo.
BIBLIOGRAFÍA
Abreu, G. (2008). Canek. México: Compañía Editorial de la Península.
Estébanez, C.(1996). Diccionario de términos literarios. Madrid: Alianza Editorial.
Galeano, E. (2004). Las venas abiertas de América Latina. México: Siglo XXI.
Hughes, J. & Scholey, K. & Fothergill, A. (2020). David Attenborough: Una vida en nuestro planeta. Reino Unido: David Attenborough.
Lenkersdorf, C. (2002). Filosofar en clave tojolabal. México: Miguel Ángel Porrúa.
Lovelock, J. (2007). La venganza de la Tierra. Barcelona: Editorial Planeta.
Martí, J. (1978). “Nuestra América”, en Latinoamérica 7. México: UNAM.
Mediz Bolio, A. (2008). La tierra del faisán y el venado. México: Dante editorial.
Merle, M. & Mesa, R. (1972). El anticolonialismo europeo. Desde Las Casas a Marx. Madrid: Editorial Alianza.
O’Gorman, E. (1972). Cuatro historiadores de Indias. México: CONACULTA.
Pané, R. (1988). Relación acerca de las antigüedades de los indios. México: Siglo XXI.
José Oscar Luna Tolentino es doctor en Estudios Latinoamericanos, maestro en Letras, licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas, todas logradas en la UNAM. Es Profesor Investigador Titular Tiempo Completo de la Licenciatura en Literatura Hispanoamericana y de la Maestría en Humanidades, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Guerrero. Candidato al Sistema Nacional de Investigadores (2022-2025). Perfil PRODEP 2022-2024. Integrante de la Asociación Mexicana de Estudios del Caribe (AMEC).
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