HAN KANG, LA INDUSTRIA CULTURAL Y CIERTOS PRODIGIOS DE BLANCO
- Elsa R. Brondo
- 15 abr
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 25 abr

Hang Withe, Collage. E. (2024)
Las universidades persiguen el loable objetivo de educar, las empresas privadas persiguen, a su vez, la acumulación de capital.
La noción de industria cultural está tan asimilada en nuestro vocabulario que difícilmente acudimos a los autores que la acuñaron. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer publicaron en los años cuarenta del siglo pasado, en su exilio en ee.uu., una selección de ensayos traducida al español como Dialéctica de la Ilustración o Dialéctica del Iluminismo (según la traducción), en donde incluyeron el texto “Industria cultural. Ilustración como engaño de masas”, inaugurando al mismo tiempo el uso de los medios de comunicación masiva de aquel entonces —radio y cine—, como puntales de una industria en la que incluyeron a las revistas, al jazz y, años más tarde, en una edición revisada en los años sesenta a la televisión. Lo que Adorno y Horkheimer observan es el auge de la industria del entretenimiento, en un periodo de guerra que, si bien no afectó directamente a la población y su infraestructura como en regiones de Europa, África o Asia, socialmente sí produjo cambios sustanciales.
Actualmente, la industria cultural tiene una acepción mucho más amplia, reconociendo que en la lógica capitalista todo producto vendible, dirigido a un mercado específico, con reglas de mercadeo es parte de los esfuerzos de un sistema económico cuyas metas financieras acompañan a cualquier noble intención. Es decir, la cultura es una mercancía tanto si se produce en la Universidad de Oxford, como por la empresa Netflix, aun cuando sus fines se inscriban en esferas muy diferentes. Las universidades persiguen el loable objetivo de educar, las empresas privadas persiguen, a su vez, la acumulación de capital. Ya en los años noventa del siglo pasado se ajusta el término industria cultural como Industria creativa y cultural, rebasando los estrechos límites dibujados por Adorno y Horkheimer.
No sólo estamos hablando de algunos medios masivos de comunicación, sino de productos culturales que involucran derechos de autor. Para la unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Cultura, las Ciencias y la Educación), “las industrias creativas abarcan toda la producción que contiene un elemento sustancial de valor artístico y esfuerzo creativo […] y, por tanto, pueden estar sujetas a la propiedad intelectual” (fundación indicri web), y en su sitio digital consideran las siguientes categorías: cine y medios audiovisuales; diseño y moda; música, artes performativas y publicaciones (unesco web).
Comento todo lo anterior porque el mundo de los libros no escapa a esta lógica de la industria creativa y cultural. A menos que se trate de una empresa del Estado, que absorba todo costo de contenidos, diseño, producción y distribución (pensemos en los libros de texto gratuito en nuestro país), todo libro en nuestras manos es un producto que compite en su propio mercado. Si nos pensamos mejores en este entorno del capitalismo feroz por elegir ir a una librería en lugar de una tienda departamental, ya podemos ubicarnos en nuestra realidad. Así compremos Guerra y paz de Tolstoi y no un par de zapatos en Bershka, unos y otros consumidores somos eso: un mercadotarget, sujeto a las reglas más básicas del intercambio de mercancías y capitales.
Toda producción editorial busca pertenecer con cierta gloria a los anaqueles de las cada vez más escasas librerías físicas sino es que de los ya numerosos sitios de compra on-line.
En cierto sentido sí hay una diferencia, pero no en el terreno de la moral. El consumidor de la industria creativa y cultural rebasa el mero ejercicio de comprar, porque detrás de este acto existen consideraciones políticas que no deberíamos pasar por alto. Hace ya varias décadas que Joseph Nye acuñó el término Soft Power, que él mismo definió como “la habilidad de conseguir lo que se quiere a través de la seducción, en lugar de la coerción [militar o política] o cobros [presión financiera]. Surge del atractivo de la cultura, los ideales políticos y las políticas de un país” (Nye: x)*. ¿Quién lidera la lista de países con mayor influencia del Soft Power? Es Estados Unidos, sin duda. Este país es el gran productor global de moda, cine, música y democracia que se traduce en una imagen de poder cultural que aceptamos y consumimos con avidez, al mismo tiempo que a su economía le reporta ganancias millonarias.
Pero regresemos a los libros y su innegable pertinencia como mercancía. Desde el reconocido Best Seller que, como apellido acompaña los lanzamientos librescos con la esperanza de hacerse realidad, a ese nicho acariciado por todo escritor comprometido con su oficio que son los libros premiados, toda producción editorial busca pertenecer con cierta gloria a los anaqueles de las cada vez más escasas librerías físicas sino es que de los ya numerosos sitios de compra on-line. Y aquí recordemos, como un breve paréntesis, que a pesar del escándalo en el que en 2018 sumió Jean-Claude Arnault** a la Academia sueca que otorga el Premio Nobel, en el contexto del movimiento #MeToo internacional, este premio sigue siendo el más acariciado por la comunidad literaria, tanto si se recibe como si no (recordemos el célebre caso de Jorge Luis Borges). Como una especie de efecto que resarce las heridas de los escándalos sexuales y tráfico de influencias de Arnault, a partir de 2018 los Premios Nobel han premiado a una mujer y a un hombre, sucesivamente, la polaca Olga Tokarczuk (2018, otorgado en 2019); el austriaco Peter Handke (2019); la norteamericana Louise Glück (2020); el tanzano Abdulrazak Gurnah (2021); la francesa Annie Ernaux (2022); el noruego Jon Fosse (2023) y, este 2024, a la surcoreana Han Kang. También es notable la mezcla geográfica, que seguramente en los años venideros abarcará otras latitudes. Esta nueva y correcta política del Nobel de literatura no deja de tener sus detalles espinosos. Dado que a muchos de estos autores no les precede una fama internacional extendida, la industria creativa y cultural no está preparada para abastecer la demanda que siempre despierta el premio sueco. Tal es el caso de la más reciente autora galardonada, Han Kang.
Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970) no es una escritora desconocida para el mundo occidental, pero tampoco es una autora de grandes tirajes, tanto es así que el día del anuncio del premio se agotaron los pocos ejemplares que incluso en Corea del Sur se podían conseguir. En el mundo hispanohablante sucedió lo mismo, y, a pesar de que sus primeras ediciones en español aparecieron bajo los sellos de editoriales independientes como la argentina Bajo la luna o la catalana Rata, ni siquiera la monstruosa firma Penguin Random House —actual dueña de los derechos de publicación de sus libros en español— había apostado por un gran tiraje. Es seguro que en los próximos meses, y a marchas forzadas, comiencen a aparecer los títulos que ya circulaban así como novedades de la autora en nuestro idioma.
Aunque Kang es autora de novela, cuento y poesía, han sido más traducidas y editadas sus novelas: La vegetariana (2007), premio Man Booker International de 2016 y publicada por Bajo la luna en 2012; La clase de griego (2011), traducida en 2023 bajo Penguin Random House; Actos humanos (2014), publicada por la editorial Rata en 2018; Imposible decir adiós (2021), bajo el sello de Penguin Random House en 2024 y la única excepción a la regla, el prosemario titulado Blanco (2016), publicado en 2020 por Rata. Cuando el 10 de octubre de este año se anunció a la galardonada, la prensa cultural tuvo que reconocer que sus apuestas: Murakami, Cartarescu o cualquier otra figura más conocida que Han Kang, dejaban su sitio a una autora que casi nadie había leído y cuyos libros escaseaban en las librerías. La lógica del Nobel de literatura está cambiando desde 2018: no sólo se trata de coronar una trayectoria, sino de aupar figuras que, sin dejar de pertenecer a las ligas mayores de la literatura, no tienen la proyección internacional de otras.
El color —que es símbolo de luto en muchas culturas orientales— es la guía de más de sesenta textos breves que describen objetos de color blanco; metáforas de la melancolía.
La proyección de la cultura de Corea del Sur desde hace décadas surca su propia ola o Hallyu (ola en coreano), si queremos usar el término con el que se conoce el fenómeno de influencia global de este país asiático. Sin embargo, no se trata de un efecto histórico y al mismo tiempo económico, como sería el caso de ee.uu. La proyección de Corea del Sur al mundo es el resultado de una suma de esfuerzos gubernamentales por diversificar una economía que tiene pocas salidas, debido al reducido territorio y a la escasez de recursos. Sería motivo de un largo ensayo describir cómo hasta el kimchi*** forma parte de esta estrategia. Esta asimilación del Soft Power de Nye, del que hablamos en párrafos anteriores, abarca a la literatura. En 1996 se creó la Fundación para la Traducción de la Literatura Coreana, antecedente directo del lti Korea (Literature Translation Institute of Korea), verdadero ariete gubernamental que ha permitido la difusión internacional de la literatura coreana desde 2001. Como se expresa en su propia página web, “lti Korea es una organización gubernamental cuyo objetivo es difundir la cultura y la literatura coreanas en todo el mundo, acorde con los esfuerzos del gobierno por dar forma a la literatura coreana en la cultura mundial” (lti Korea web).**** El instituto no sólo forma traductores, la única vía por la que una lengua no hegemónica como el coreano pueda salir a dialogar con el mundo, sino que apoya económicamente a las ediciones internacionales, como puede leerse en las páginas legales de libros como el best seller Kim Ji-young, nacida en 1982 de Cho Nam-joo, editada en 2019 por Alfaguara (Penguin Random House) y traducida por Joo Hasun. Los libros traducidos al español de la galardonada Han Kang también han contado con el apoyo del lti Korea y su obra en español tiene una traductora de cabecera, Sunme Yoon.
Hace unos tres años, durante la pandemia, comencé a leer a Han Kang. Al español sólo había tres títulos en aquel entonces: La vegetariana, Actos humanos y Blanco. Aunque comencé leyendo Actos humanos y lo tengo por un muy buen libro, que aborda el espinoso tema de represión de las dictaduras de derecha en Corea del Sur, su Blanco me parece una joya en varios sentidos. De difícil clasificación, porque no se trata de una novela o colecciones de cuentos breves o poesía, podría considerarse un prosemario o colección de prosas de diversos alientos, algunos narrativos y otros poéticos. Si uno tiene la oportunidad de escuchar la voz de Han Kang en inglés uno se puede percatar de su tono sutil, suave, de un volumen bajo, que plantea interrogantes sin imponerse. Los textos de Blanco están escritos en ese tono. El color —que es símbolo de luto en muchas culturas orientales— es la guía de más de sesenta textos breves que describen objetos de color blanco; metáforas de la melancolía y un relato continuado a cuenta gotas de la muerte de la primera hija de sus padres, una hermana que sólo permaneció unas horas en este mundo y que despierta el duelo y la nostalgia de Kang.
Blanco de Han Kang —parte de una industria creativa y cultural— es una mercancía, no lo podemos negar. Pero a diferencia de los zapatos de Bershka, Blanco escapa a las clasificaciones fáciles, no se gasta y tiene varias vidas que no pisan el asfalto. Esas vidas se proyectan hacia otros tiempos que no son los frenéticos de ahora. En un interior sosegado y suave sus páginas se irán descubriendo como las hojas perennes y, quizá frente a la moda y el estruendo que supone para el mundo literario el Premio Nobel, este libro de Han Kang sobrevivirá como una sutil y aromática taza de té y los buenos amigos, a pesar de todo.
*En el original: “The ability to get what you want through attraction rather than coercion or payments. It arises from the attractiveness of a country's culture, political ideals, and policies” (Nye: x).
**Para un somero recorrido por el escándalo de Arnault, recomiendo una breve nota que apareció en la página de la BBC en español, en octubre de 2018: < https://www.bbc.com/mundo/noticias-45748104 >.
***Me refiero al ya conocido fermento de col, que acompaña a muchos platillos de la cocina coreana.
****En el original: “lti Korea’s public mission is to enrich our shared global culture through spreading Korean literary and cultural works abroad. LTI Korea is a government-affiliated organization which aims to disseminate Korean culture and literature throughout the world in line with the government’s efforts to shape Korean literature in the world culture” (lti Korea web).
BIBLIOGRAFÍA
Fundación indicri (Industrias Creativas desde la Investigación). Recuperado de https://www.indicri.org/somos/pilares/que-son-las-industrias-creativas/
Horkheimer, Max y Theodor W. Adorno. (1994). “Industria cultural. Ilustración como engaño de masas”, dentro de Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos (J. J. Sánchez, Trad.). Madrid: Trotta.
lti Korea (Literature Translation Institute of Korea). Recuperado de https://www.ltikorea.or.kr/en/pages/about/history.do
Nye, Joseph S. (2004). Soft Power. The Means to Success in World Politics. New York: Public Affairs.
unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Cultura, las Ciencias y la Educación). Recuperado de
Elsa R. Brondo es doctora en Letras Latinoamericanas, maestra en Letras Iberoamericanas y licenciada en Publicidad. Es profesora de Retórica y poética clásicas y Teoría Literaria desde 2002 en el Colegio de Letras Clásicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente labora en el Centro de Poética como editora y diseñadora de la revista Acta Poética. Ha publicado el libro, Políticas de la memoria en Saer, Bolaño y Aguila Mora. Una lectura benjaminiana y artículos y capítulos de libro. Su trabajo de investigación se ha centrado en la lectura contemporánea del pensamiento de Walter Benjamin, la literatura latinoamericana, las artes visuales, las redes sociales, la política y los estudios de género.
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