EL ESPEJO ROTO DE LA MILITANCIA
- Carlos Magaña

- 14 nov
- 5 Min. de lectura
La Facultad de Filosofía y Letras (UNAM) frente a su propia descomposición

NIHILISMO UNAM, Collage, E. (2025)
Una persona militante en cualquier movimiento estudiantil debe saber que sus actos se inscriben en una historia que trasciende los años en los que estudia.
El reciente ataque a la sede del Centro de Documentación y Difusión de Filosofía Crítica (CDyDFC), el cubículo 300 de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, constituye un acto inadmisible. Este hecho exige una investigación seria y una respuesta tanto de las autoridades estatales como de las instancias universitarias; pero también interpela a la comunidad estudiantil en su conjunto porque revela una degradación profunda en la cultura política de nuestros espacios.
La destrucción y el saqueo son síntomas de una descomposición que atraviesa la Universidad y que, como intentaré desarrollar en las siguientes líneas, tiene raíces históricas en las estrategias de desmovilización y control que desde hace décadas buscan neutralizar la organización de los movimientos estudiantiles.
Una persona militante en cualquier movimiento estudiantil debe saber que sus actos se inscriben en una historia que trasciende los años en los que estudia, pues forma parte de una tradición que puso en la mira, a nivel mundial, el ejemplo de la organización y la lucha contra el sistema. En este sentido, las fuerzas encargadas de mantener el orden existente reaccionaron consecuentemente para entender, atacar y neutralizar su potencial.
Por ello, cualquiera que asuma con seriedad la militancia consecuente sabe que existen actos observados, documentados y probados para atentar contra la organización de las fuerzas revolucionarias. Uno de los más conocidos es el informe de la CIA titulado “The New Left” (CIA-RDP78-03061A000400030036-7), redactado en 1969 y desclasificado en la década de los noventa.
En este documento, de unas sesenta cuartillas, la CIA estudia las protestas estudiantiles en Estados Unidos, Francia, México, Alemania, Checoslovaquia, entre otros países, frente a la “New Left” que se consolidó tras el auge del movimiento contra la guerra de Vietnam.
El informe resalta el contraste con la “vieja” izquierda (los partidos comunistas tradicionales, sindicatos, etc.), dado que la Nueva Izquierda rechaza las formas orgánicas rígidas de la organización. La CIA identifica en ello un componente “anárquico” o antipartido, que evita jerarquías y liderazgos formales, debilitando su coherencia organizativa. A ello se suma una praxis ilegal que busca provocar enfrentamientos para "dramatizar" la brutalidad del Estado.
Esta cultura política degradada se mantiene en la actualidad universitaria, donde la energía contestataria se ha transformado en cultura lumpen, vandalismo apolítico y desmovilización.
En la práctica, esta evaluación estratégica sirvió para promover ese componente anárquico y hacer vulnerable a la izquierda internacional frente a la infiltración, manipulación o división, volviéndola ineficiente frente a actores estatales bien organizados. Históricamente, esto se tradujo en:
1. Un movimiento de cooptación cultural parcial, a través del apoyo y tolerancia de expresiones contraculturales que restaran atractivo al comunismo.
2. La represión directa cuando esos mismos movimientos traspasaban límites o amenazaban el orden interno.
Así, una estrategia integral para neutralizar cualquier movimiento incluyó la promoción de corrientes “anarquistas” para debilitar la organización y reforzar el orden estatal. Esto derivó en desconfianza estructural dentro y entre los grupos, fragmentación constante y deslegitimación mediática.
Esta cultura política degradada se mantiene en la actualidad universitaria, donde la energía contestataria se ha transformado en cultura lumpen, vandalismo apolítico y desmovilización. Comentaré el caso de la Facultad de Filosofía de la UNAM tras los vergonzosos acontecimientos del último paro.
En términos sencillos: si no puedes reprimir la energía rebelde, redirígela hacia formas inofensivas o autodestructivas. Hoy vemos en nuestra Facultad vestigios de movimientos que antes tuvieron objetivos políticos explícitos —autogestión, abolición del Estado, poder popular— transformados en subculturas radicales sin horizonte estratégico, fruto de una canalización cultural y policial alimentada por el desempleo juvenil, la criminalización de la militancia y la infiltración de drogas y violencias en el activismo.
Esto no es accidental, es producto de una ingeniería social y de control cultural que despolitiza mediante expresiones culturales no ideológicas como sustitutos de la militancia política, a través de 1) la cooptación estética (arte “rebelde”), 2) la transformación mediática del militante en “vándalo”, y 3) la represión selectiva de los colectivos organizados junto con la tolerancia o estímulo de expresiones marginales y caóticas.

CIA & NEW LEFT, Collage, E. (2025)
El rebelde lumpenizado (además de las características anteriores) promueve la acción directa sin discurso (romper, saquear, incendiar, sin reivindicación), cuyo efecto directo es la desmovilización: destruye la discusión en asamblea, las redes solidarias y la pedagogía política. Así, la protesta se percibe como amenaza y se estigmatiza el contenido emancipador del discurso revolucionario bajo la etiqueta de “caos destructivo”.
No es de extrañar que la teoría domesticada sea también la gran referencia de estos movimientos: el posmodernismo —reaccionario en esencia— ha desactivado la crítica estructural.
De este modo, se cumple un rol funcional en la estabilización del conflicto entre la autoridad y el movimiento social al canalizar la rabia hacia formas no políticas (función ideológica), justificar la expansión de la seguridad y vigilancia (función policial) y reforzar el aislamiento de los actores críticos al no conseguir ningún objetivo con su “rebelión” (función psicológica). Por ello, debemos insistir en que la cultura lumpen y el vandalismo apolítico son formas domesticadas de la revuelta, útiles para el sistema.
No es de extrañar que la teoría domesticada sea también la gran referencia de estos movimientos: el posmodernismo —reaccionario en esencia— ha desactivado la crítica estructural. Su infiltración en la academia mexicana ha producido una izquierda universitaria de “discurso crítico” pero de práctica impotente.
El ataque al CDyDFC no es un hecho aislado, es un síntoma de la descomposición política y cultural que atraviesa a la universidad. La fragmentación, la infiltración y el vandalismo apolítico son expresiones concretas de aquella ingeniería social que desde hace décadas buscó neutralizar toda posibilidad de militancia consciente. Lo que hoy vivimos en la FFyL de la UNAM no es sino la manifestación local de un proceso histórico de desmovilización y cooptación cultural que ha sustituido el horizonte político por el caos y el trabajo colectivo por el saqueo.
Frente a ello, habrá que construir un nuevo compromiso con la organización, la memoria y la defensa de los espacios críticos. No debemos renunciar a que la verdadera comunidad estudiantil se apropie y reconstruya conscientemente su historia y cumpla con su papel en la transformación social.
Total solidaridad con las y los compañeros de Filos Crítica y a la Librería Casa de Asterión.
Carlos Magaña es egresado de la Licenciatura en Derecho por la UNAM y con estudios en Filosofía por la misma institución.






Comentarios