PÁRADAIS: EL GORDO TRAE EL MANDO
- Salvador Soria Alfaro
- 26 may
- 9 Min. de lectura

PFM, Collage, E. (2024)
El inicio de la obra es profético de lo que nos espera en Páradais, última novela de la escritora veracruzana Fernanda Melchor, en la que abundan elementos preexistentes en sus libros.
“Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo nada más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba” (Melchor, 2021, p. 7). El inicio de la obra es profético de lo que nos espera en Páradais, última novela de la escritora veracruzana Fernanda Melchor, en la que abundan elementos preexistentes en sus libros: Aquí no es Miami (2013), Falsa liebre (2013) y Temporada de huracanes (2017). La novela inicia in media res, narrándonos la obsesión de Franco Andrade, El Gordo, por su vecina la señora Marián de Moraño, con la que comparte vecindad en Páradais, complejo residencial en el que trabaja Leopoldo García Chaparro, “Polo”, de jardinero, a instancias de su madre, luego de reprobar todas las materias de la prepa.
Cada mañana su madre lo despierta con la misma cantaleta: que es un flojo, borracho bueno para nada. La otra razón para no regresar a casa sobrio es su prima Zorayda, recientemente embarazada, que se había ido a vivir con ellos. Pero ese no era el motivo principal. Su prima lo atormentaba sexualmente desde aquella vez hace años que había ido a visitar a sus tías y que él se había quedado a su cargo: “Había algo diabólico en la mirada de Zorayda, un brillo de astuta vileza. […] Zorayda lo acariciaba con sus dedos cosquilleantes hasta ofuscarlo […] pero enseguida […]se volvía para atacarlo […] hasta sacarle lágrimas”. (Melchor, 2021, p. 44)
Después, cuando ella se fue a vivir con ellos, “se cansó de sus […] toqueteos, sus […] insinuaciones“ y abusó de ella, pero “en lugar de aplacarse [...] desde entonces no lo dejaba tranquilo; él había querido humillarla y lastimarla, pero [ella] había quedado prendada de su violencia” (Melchor, 2021, p. 56). Pero estaba seguro —o al menos quería estarlo— que el hijo que esperaba no era suyo. Sin embargo, Zorayda lo tenía en la palma de su mano: cualquier desplante o mala actitud y ésta le contaría a su tía.
Por eso se demora platicando con los vigilantes en lugar de irse directamente a su casa —luego de haber sido explotado otro día por el licenciado Urquiza—-, esperando que El Gordo tirara el dinero —que le robaba a sus abuelos—- por la ventana para ir a comprar alcohol y reunirse en el muelle del fraccionamiento. Polo conoció a El Gordo en la fiesta de uno de los hijos de la señora Marián. Harto de todo, Polo huye por un momento al muelle, encontrándose a El Gordo, que le ofrece un trago de whisky.
Esa fue la primera vez que El Gordo le habló de la señora Marián, de su deseo de poseerla, de la seguridad de que la conquistaría porque era notorio “que la doña se interesaba por él” (Melchor, 2021, p. 25). Polo dudó de sus fantasías, pero no le dijo nada: al fin y al cabo sólo estaba ahí por el alcohol; qué era tener que soportar a este chamaco mimado que vivía embelesado de la señora Marián a cambio de no llegar a su casa esa noche sobrio. Pero nunca era suficiente. Nunca bebía tanto como para olvidarse de todo, de ser libre.
Sin ir más lejos, recordemos el inicio de la novela: “Todo fue culpa del gordo, […]Polo no hizo nada más que obedecerlo”. ¿A qué clase de banalidad del mal [...] nos estamos enfrentando?
Constantemente lo atormenta la idea de lo distinta que hubiera sido su vida si su abuelo hubiera cumplido su palabra ayudándolo a construir un barco para cruzar el río que separa al residencial Páradais del pueblo de Progreso donde vive. Durante toda la novela se enfatizará en la libertad que supondría tener tal barco. El barco es el símbolo de su libertad, de su hartazgo; el medio que le permitirá escapar de la inmundicia del río, atravesándolo sin contaminarse. Esta idea prevalece a lo largo de toda la novela, y Fernanda Melchor la pone sobre la mesa en múltiples ocasiones, mencionando que Polo “no era una persona violenta, propensa a estallidos de furia” (Melchor, 2021, p. 20). Sin ir más lejos, recordemos el inicio de la novela: “Todo fue culpa del gordo, […]Polo no hizo nada más que obedecerlo”. ¿A qué clase de banalidad del mal —en el sentido manido que se le da al libro de Arendt sobre Eichmann, en el que la expresión sólo aparece dos veces explícitamente—- nos estamos enfrentando? Para problematizar aún más el asunto, hay que señalar que Polo busca huir de la contaminación pero al mismo tiempo la propicia.
Recurrentemente Polo piensa en su primo, Milton, como la persona que lo sacará de Progreso. Milton fue secuestrado recién llegado de la frontera sur, a la que acude regularmente con su cuñado para pasar coches piratas, comprados a ladrones. Aquellos se lo llevaron, lo torturaron y lo hicieron confesar en qué consistía su negocio. La mujer a cargo de todos ellos le dijo que le daba una oportunidad de demostrar su valía trabajando para ellos; en caso contrario, ya podría irse despidiendo de su vida y de la de sus familiares. Milton acepta.
Su rito de iniciación es una de las escenas más logradas de la novela, pues captura sobremanera, por medio de la narración de un día normal de trabajo de aquellos, lo absurdo de la situación, y no porque carezca de sentido: en todo momento, pero especialmente en la niebla de la guerra, los extremos se tocan; lo irracional deviene racional y viceversa, en una magnífica banda de Möbius que Melchor hila, sin caer en el morbo o en el amarillismo.
Esto se lo contó Milton cuando le permitieron usar su día libre para regresar a su pueblo, narrando los gajes de su oficio y fascinando a Polo, principalmente debido a la libertad, cosa paradójica, que a su parecer posee Milton con respecto a él. No logra convencerlo para que lo recomiende con aquellos. Vuelve a insistir tiempo después cuando Milton por fin atiende sus llamadas, para volver a negarse.
En ese momento Polo comienza a tomar en serio el plan de El Gordo, que ya había entrado a hurtadillas en diversas ocasiones en la casa de los Maroño sin que nadie se diera cuenta, robando, entre otras cosas, la ropa interior de la señora Marián. Esto indignó a Polo: El Gordo había desaprovechado la incursión robando un objeto complementante baladí, en lugar de robar algo de valor.
Es sintomático que aquellos reciban tal nombre, encarnando lo innombrable que habita en los límites abyectos, que escapan de los maniqueísmos impuestos para explicar lo que la opinión pública quiere escuchar: desde el principio estaban condenados a ser lo que son.
Sintiéndose atacado luego de llevar la ropa interior, El Gordo invita a Polo a acompañarlo en la próxima ocasión; Polo comienza a barajar la idea, atrayéndole el plan de sustraer lo que sí tenía valor, mientras El Gordo se distraía cumpliendo su fantasía. En la siguiente ocasión El Gordo llevó una pistola de su abuelo. El inminente nacimiento del hijo de Zorayda y la necesidad de huir de ahí azuzaron a Polo, que acepta ayudar a El Gordo en su plan.
Aquí termina la narración sucinta de la novela en lo que a mí respecta e interesa, que es la aceptación de Polo de participar en la idea descabellada de El Gordo. Quien desee averiguar el desenlace necesariamente habrá de remitirse a la magnífica novela de Melchor, asegurándole desde ya, como espero haber podido plasmar, la maestría de la autora en este libro en particular y en su obra en general.
Por su parte, la manera que hallé para desencajar la literatura de los límites de su campo, fue utilizar la canción de “El gordo trae el mando” de Chino Pacas, cantante de corridos tumbados de 17 años; algunas líneas centrales de la canción hablan por sí solas: “Por la Zapata / el Gordo trae el mando / Tirando linea con Manny y el Caña / A la orden pa'l desorden conectado / Y mi RT en Acapulco / Y si hay pedo, los sepultó / Aquí no andamos haciendo bulto / Al chingazo yo resulto / Y una glockzona que va conmigo /Siempre lista para un susto” (Chino Pacas, 2023). La canción sin lugar a dudas habla del propósito malogrado de Polo: trabajar para aquellos mediante la recomendación de Milton.
Es sintomático que aquellos reciban tal nombre, encarnando lo innombrable que habita en los límites abyectos, que escapan de los maniqueísmos impuestos para explicar lo que la opinión pública quiere escuchar: desde el principio estaban condenados a ser lo que son. Ya sea por culpa de la economía, la política, el dinero fácil, la movilidad social, la escasez de trabajos dignamente remunerados, el maremoto de armas provenientes de Estados Unidos que inundan nuestro país, etc, estas personas sin nombre, habitantes extranjeros en su país, construyen narrativas en las que sus modos de vida tengan sentido a su propia manera. Ahí radica la importancia de la etnografía para trabajos como éste, hecho desde la literatura, pero que abre rutas de escape a los maniqueísmos ya antes señalados.
Tal es la maestría de Melchor en ésta y sus demás novelas. Mediante ambientes opresivos que permanecen en el fondo, pero que en realidad son el sustrato inalterable del teatro en el que sus personajes tendrán que actuar, pero sobre todo aprender a vivir, entreteje sus vidas, dándoles voz propia a cada uno como singularidades, pero no abstrayéndolos del entorno en el que se sitúan. Contrario a lo que podría parecer, El Gordo no tiene toda la culpa; y es una obviedad, pero merece ser mencionada. Polo nos dice:
¿Qué tenía en la cabeza aquel […] güerito […] hijito consentido al que nada le hacía falta, a quien todo el mundo protegía? Definitivamente tenía que estar loco […] pero loco de manicomio, y definitivamente Polo lo estaba también […] por haberse pasado tantas horas escuchándolo como hipócrita […]dándole cuerda nomás para chupar gratis. (Melchor, 2021, p. 62)
He aquí la importancia del comentario mencionado más arriba sobre el concepto de la banalidad del mal. En el día a día la banalidad del mal —sin recibir el mismo nombre—sirve para justificar conductas que no comprendemos y que nos gustaría poder llevar a cabo. Melchor lo señala muy bien en la narración antes mencionada del rito de iniciación de Milton, sin caer en el lugar común de creer que aquellos son aquellos solamente por la existencia de un ser superior en fuerza y violencia que los une y los limita. Por el contrario, Melchor los pinta como una familia que come, bebe, sangra, sufre y duerme en conjunto. ¿Cómo llegaron a ese nirvana, en el que pueden vivir en su mundo invertido sin rechistar? En parte porque están insertos en condiciones históricas que los condicionan, en parte por sus condiciones de existencia, en parte por la necesidad de construir otros mundos, aun cuando desencajen el orden del nuestro, porque esa es la distinción que Melchor logra eliminar, diluyendo el nosotros y el ellos.
Sus deseos, cuando no se malogran, son sustituidos imperiosamente por las condiciones extenuantes de sus contextos que les piden dar más de lo que pueden dar, en un juego que recuerda a la condena de Sísifo.
Todos los personajes de las novelas de Melchor se devanan viajando en esta línea: yo soy otro, pero a la vez yo soy yo, ¿quién soy yo?, ¿cómo escapo de ese yo que es otro pero a la vez soy yo que me atormenta? Si al igual que los personajes, seguimos el hilo de la cadena de mando de ese otro que los atormenta, nos hundiríamos aún más en el fango del río que separa Páradais del pueblo Progreso y ese es el sino de los personajes de Melchor; con el tiempo a cuestas, siempre buscando la forma de huir sin tener que hundirse en demasía en el fango, porque en los contextos en los que se hallan insertos sin duda es necesario, pero buscando la manera de salir lo más airosos que puedan de este combate. Atormentados por no ser capaces de afrontar las consecuencias, de afrontarlas en demasía, asumiendo culpas ajenas deslindándose de ellas nunca logran levar anclas a tiempo: el fango; la contaminación siempre los alcanza. Cabe rescatar la manera en la que Melchor enfatiza en ello a través de Polo:
Si tuviera el bote, pensaba, ya no tendría que dar aquel fatigoso rodeo en bicicleta cuando iba de Páradais a Progreso y viceversa, o lo que era aún mejor, si su abuelo hubiera cumplido la promesa de enseñarle a construir un bote, si se hubiera tomado en serio aquel sueño que a menudo acariciaba cuando pescaban juntos en el puente, Polo ni siquiera tendría que volver a ese […] fraccionamiento[…], arrimándose a los pueblos de la cuenca cada vez que se le antojara algo y largándose con la misma libertad sin que nadie se lo impidiera. (Melchor, 2021, p. 28)
Para decirlo de una vez, son víctimas de sus deseos e incapaces de aniquilarlos —cosa imposible—, en contextos que los obligan a ello. El ejemplo más claro es El Gordo, que para Polo lo tiene todo; no entiende por qué desea fervientemente poseer a la señora Marián, por qué desearía tirar toda su vida de comodidades y lujos —de los que él carece— por algo tan baladí. Igual perspectiva tiene El Gordo del interés de Polo por robarse las cosas de la casa; no puede comprender sus fines y presumiblemente tampoco sus medios.
Sus deseos, cuando no se malogran, son sustituidos imperiosamente por las condiciones extenuantes de sus contextos que les piden dar más de lo que pueden dar, en un juego que recuerda a la condena de Sísifo: cargar una piedra monte arriba todos los días para finalmente verla deslizarse de nuevo día con día. Polo, su madre, El Gordo y Zorayda buscan la manera de conseguir la libertad a costa de este sufrimiento, pero no lo logran; tal es su condena.
BIBLIOGRAFÍA
Melchor, F. (2021). Páradais. México: Random House.
STREET MOB. (2023, 28 enero). Chino Pacas - El gordo trae el mando [Video oficial] [Vídeo]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=uIuSv7NU2KU
Salvador Soria Alfaro es estudiante de filosofía abocado a Lacan y el estructuralismo.
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