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LAS RAÍCES ECOFASCISTAS DE LA TRANS-EXCLUSIÓN

  • Foto del escritor: Julianna Neuhouesr
    Julianna Neuhouesr
  • 25 mar
  • 11 Min. de lectura

SEGUDA PARTE DE DOS



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ECOFacc, Collage. E. (2024)






El lanzamiento oficial de la organización Deep Green Resistance en 2012 estuvo marcado por una controversia sobre si las personas trans podían usar los baños de su elección; el miembro fundador, Aric McBay, terminó renunciando en solidaridad con la comunidad trans.



Del Ecofascismo al Transodio


Ahora bien, para Derrick Jensen el peor monstruo a cazar serían las personas trans. Entender por qué esto es así requiere atender a la creación en el año 2012 de la organización Deep Green Resistance (DGR), la cual Jensen fundó junto con la feminista radical Lierre Keith. La creación de tal organización es relevante en este relato ya que, una década después de haberla fundado, miembros de Deep Green Resistance, a través de un grupo que les servía de fachada llamado Women’s Liberation Front (WoLF), jugaron un papel clave en una alianza política con cristianos evangélicos y políticos republicanos que buscaba limitar los derechos de las personas trans.


Esto ocurrió mediante una iniciativa conocida como la “Declaración de Derechos de la Mujer” así como con la creación de la organización Women’s Declaration International (WDI), fundada por militantes de DGR/WoLF. Para entonces, no quedaban rastros de política anticapitalista o ambientalista. Las entrevistas de Jensen, que antes aparecían regularmente en medios de izquierda, se publicaban ahora en sitios web neonazis como Counter-Currents.


El lanzamiento oficial de la organización Deep Green Resistance en 2012 estuvo marcado por una controversia sobre si las personas trans podían usar los baños de su elección; el miembro fundador, Aric McBay, terminó renunciando en solidaridad con la comunidad trans. En 2013, estas tensiones llegaron a un punto crítico cuando un grupo de activistas queer confrontó a la mesa de Deep Green Resistance en la conferencia Law and Disorder en Portland, Oregón. Este incidente abrió un debate más amplio sobre la transfobia y su papel en la ecología profunda y el feminismo radical, que se desarrolló a medida que la organización enfrentaba cancelación de eventos tras cancelación de eventos. 


Un año después, Deep Green Resistance lanzaría una nueva iniciativa: el Women’s Liberation Front (WoLF), que debutó en un evento llamado Radfems Respond, realizado en Portland exactamente un año después de la conferencia Law and Disorder. WoLF pronto se incorporaría como una organización sin fines de lucro 501(c)(3) y encontraría una nueva vida presentando amicus briefs junto a organizaciones evangélicas en un intento de detener el avance de los derechos trans: evidentemente, habían encontrado algo que importaba más que “detenerlos de matar el planeta”.


Durante este tiempo, Jensen escribió un manuscrito inédito titulado Anarchism and the Politics of Violation, que marcó su ruptura con la izquierda. Entre diatribas cargadas de blasfemias e insultos raciales dirigidos a figuras como Diógenes, John Zerzan, Pat Califia, Pussy Riot y el colectivo pornográfico noruego Fuck for Forest, dio su propia versión del incidente en la conferencia Law and Disorder, en la cual afirmó que los miembros de DGR fueron víctimas de “agresión masculina” y luego aseguró haber sido víctima de una campaña de ciberacoso. “Esto es enfermedad mental disfrazada de filosofía política” escribió en una despedida a la comunidad anarquista que había lanzado su carrera. “O tal vez sea simplemente enfermedad mental”. (Jensen, 2018, p. 248)


Jensen responsabiliza así a los anarcocomunistas por centrar sus críticas en el capitalismo y el Estado en lugar de en la Teoría Queer, la pornografía y, en particular, Pat Califia, una figura con la cual Jensen parece estar obsesionado. En su opinión, la Teoría Queer y los programas de estudios de género en las universidades son comparables al cristianismo y al ejército estadounidense en su papel represivo en la sociedad (Jensen, 2018, p. 160): la teoría queer “ha llevado al borrado de las mujeres” y “ha tomado el control de la academia, y no sólo influye sino que controla gran parte del discurso público” mediante un “golpe silencioso” (Jensen, 2018, pp. pp. 268, 271 y 321). Al final, concluyó que ya no podía pasar por alto la tolerancia del anarquismo hacia las personas transgénero y la Teoría Queer, y que “es necesario desecharlo por completo y comenzar una nueva tradición”. El libro fue anunciado para publicación por Seven Stories Press en 2018, pero nunca fue lanzado; en cambio, el editor lo descartó. Su primera entrevista con un medio neonazi ocurriría al año siguiente. (Collins, 2019)


Ecofeminismo y Transodio


La idea de que las mujeres trans son de algún modo menos que humanas tiene raíces profundas en el campo del ecofeminismo, que había sido una influencia importante en la particular concepción de ecología profunda de Jensen (Jensen, 2018, p. 369). En su influyente tratado Gyn/Ecology, Mary Daly nos negó a las mujeres trans no solo nuestra feminidad, sino incluso nuestra naturaleza orgánica: “La dirección del progreso falotécnico es hacia la producción de ‘mujeres’ tridimensionales, perfectamente re-formadas, es decir, hologramas huecos. Estas proyecciones, o no-mujeres femeninas, los reemplazos de los Yo femeninos, podrían, por supuesto, ser proyectadas eventualmente en forma ‘sólida’, como desechos sólidos del progreso tecnológico, como robots” (Daly, 1978). La solución propuesta, naturalmente, involucraba el “roboticidio”. (Daly, 1978, p. 56)



A pesar de su carácter patentemente conspirativo, esta teoría ha encontrado una amplia audiencia, siendo promovida e incluso supuestamente plagiada por figuras aparentemente respetables como Helen Joyce, parte del cuerpo editorial de The Economist, o Ángeles Álvarez, exdiputada del Partido Socialista Obrero Español.



La visión de Daly está fuertemente arraigada en una concepción del cuerpo natural, uno que no ha recibido intervenciones biomédicas: “En realidad, no hay un estado natural (salvaje) de feminidad que sea permitido/legitimado” escribe. “La necesidad perpetua de los varones castrados conocidos como transexuales de ‘arreglos’ hormonales para mantener la apariencia de feminidad es un signo de su condición fabricada y artificial” (Daly, 1978, p. 238). 


         Susan Griffin explica este pensamiento en su introducción de 1999 a la segunda edición de Woman and Nature: The Roaring Inside Her. “Tejida por todas partes en el tapiz del arte y la literatura europea y aparentemente parte inseparable de la mayoría de los textos filosóficos y científicos—incluso incrustada en la estructura de los idiomas europeos—está la suposición de que las mujeres están más cerca de la naturaleza que los hombres. La noción no está destinada como un cumplido” escribe. “Durante los días más exaltados del feminismo, hubo quienes le dieron la vuelta a esta idea y argumentaron que, de hecho, las mujeres están más cerca de la naturaleza, una proximidad que nos hace superiores a los hombres” (Griffin, 2015, p.8).] Según esta lógica, las mujeres trans, como seres humanos medicalizados, no pueden considerarse plenamente mujeres.


         Una militante de DGR en particular, Jennifer Bilek, llegó incluso a afirmar que las mujeres trans están “desvinculadas de la biosfera” (Bilek, 2024, p. 131), algo que las hace “carentes de realidad inherente” (Bilek, 2024, p. 165). Para ofrecer contexto acerca de las ideas de esta activista vale la pena mencionar que ella se ha hecho conocida por sus teorías conspirativas antisemitas, que publica en medios de derecha como The Federalist, First Things, Human Events y The American Conservative.


         Bilek avanza una teoría peculiar según la cual un grupo de multimillonarios judíos (incluyendo a George Soros, Martine Rothblatt y la familia Pritzker) trabajan para promover un proyecto transhumanista que requiere una disociación de nuestros cuerpos para aceptar la fusión con máquinas, y que el movimiento transfeminista ha sido promovido y manipulado para avanzar en este objetivo (Neuhouser, 2021). “Las visiones del transhumanismo y una poshumanidad donde nos fusionamos con la IA podrían ser la razón por la que aquellos que promueven los sexos sintéticos demandan nuevos derechos legales”, escribe Bilek. “Los robots y la IA no tienen sistema reproductivo. Se les asignan sexos sintéticos cuando son creados, lo cual imita el lenguaje de la ideología de identidad de género”.


         A pesar de su carácter patentemente conspirativo, esta teoría ha encontrado una amplia audiencia, siendo promovida e incluso supuestamente plagiada por figuras aparentemente respetables como Helen Joyce, parte del cuerpo editorial de The Economist, o Ángeles Álvarez, exdiputada del Partido Socialista Obrero Español (Neuhouser, 2021). Que una revista abiertamente capitalista como The Economist o un partido político reformista como el Partido Socialista Obrero Español encuentren inspiración en las teorías de una integrante de una organización que alguna vez declaró una guerra implacable contra la civilización industrial resulta, cuanto menos, irónico.


         Sea como fuere, Bilek sostiene que “la mayoría de los activistas que intentan resistir la industria de género solo han arañado la superficie de los fundamentos tecnológicos del mercado al deconstruir el sexo” (Neuhouser, 2021), pero destaca a una organización en particular, la cual  alaba: el grupo activista italiano FINAARGIT (Red Internacional Feminista Contra la Reproducción Artificial, la Ideología de Género y el Transhumanismo), a quienes considera “mucho más conscientes de la industria de género y su amenaza” (Neuhouser, 2021). Co-fundada en 2022 por la mencionada Guerini, FINAARGIT conecta fenómenos como las tecnologías reproductivas, las identidades trans, los OGM y las redes 5G. Como se mencionó anteriormente, Guerini sostiene que existe un vínculo íntimo entre la defensa de los derechos trans y el transhumanismo. Ella presenta el transhumanismo como una posición homogénea, a pesar de que filósofas italianas como Francesca Ferrando han subrayado la diversidad dentro de esta postura filosófica, con algunas versiones mucho más democráticas y prudentes, lo que refuta la idea de que todas las posiciones transhumanistas necesariamente impliquen una visión eugenésica radical.


         Guerini teme el transhumanismo porque lo percibe como una amenaza para la democracia. Por un lado, lo asocia con la creación de jerarquías biológicas; por otro, lo ve como una amenaza para la propia viabilidad de la especie, argumentando que el transhumanismo encarnado por las personas trans demuestra el riesgo de políticas de esterilización generalizadas a través de tecnologías de reemplazo hormonal. Esta postura, que aparentemente busca defender la igualdad y los derechos reproductivos, termina reproduciendo aquello que afirma combatir. Termina postulando jerarquías biológicas entre individuos sanos y deseables —personas cis-heterosexuales— e individuos enfermos y simultáneamente amenazantes —personas LGBT+—. Además, esta postura socava, de múltiples formas, los derechos reproductivos tanto de las personas trans como de cualquier otra persona que utilice tecnologías de reproducción asistida.



Es importante tener una mirada interseccional tanto en los feminismos como en los ambientalismos. No hacerlo abre la puerta a concepciones de la naturaleza que pueden desembocar en narrativas de exterminio hacia grupos ya de por sí muy vulnerados.



Esto incluye a las madres no gestantes en familias lesbianas, cuyo estatus materno ella no reconocería, y, por supuesto, a todas las personas trans o intersexuales interesadas en utilizar estas tecnologías para ejercer sus derechos reproductivos. Además, su postura está tácitamente alineada con quienes temen que un reemplazo racial eventualmente pueda obliterar a las poblaciones blancas de Occidente.

 

Reflexión de cierre


La idea de naturaleza que está implícita en la genealogía que hemos descrito, la cual vincula formas muy radicales de ambientalismo con el odio a las personas trans, consiste en una concepción ahistórica, binaria y esencialista de la materialidad del cuerpo sexuado. No deberá sorprender, por ende, que dada esta concepción, se valore a toda intervención tecnológica como una desnaturalización preocupante del ser humano, sin reconocer que la tecnología, la simbolización y la socialización han estado moldeando el cuerpo humano durante cientos de milenios. Si bien vivimos en una era en la que no se pueden negar los riesgos asociados al biocapitalismo y ciertas vertientes del transhumanismo, es absurdo asumir que las experiencias vividas de todas las personas trans son meramente el resultado de estas ideologías y que no hay otra forma de entender y habitar los cuerpos trans. En cualquier caso, esta asociación de las personas trans con el transhumanismo arroja luz sobre el papel de ciertas concepciones de la naturaleza, particularmente de la naturaleza humana.


         Dicho esto, sólo nos resta concluir ofreciendo una reflexión dirigida no únicamente a las voces feministas aliadas sino también a quienes tienen un interés profundo por temas medioambientales. Como esperamos resulte claro, es importante tener una mirada interseccional tanto en los feminismos como en los ambientalismos. No hacerlo abre la puerta a concepciones de la naturaleza que pueden desembocar en narrativas de exterminio hacia grupos ya de por sí muy vulnerados. Ésta parece haber sido la historia de cierta hebra de pensamiento feminista trans-excluyente en el cual se mezcló el prejuicio hacia las personas trans con una mirada ingenua sobre lo natural. Vemos hoy en día los efectos de esta muy desafortunada combinación.




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Siobhan Guerrero Mc Manus es investigadora titular en el Centro de Investigaciones interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades CEIICH-UNA, forma parte del Sistema Nacional de Investigadores, cofundadora del Laboratorio Nacional Diversidades (UNAM, CONACyT, CONAPRED, FLACSO, CIDE) e integrante del Comité editorial de la revista "Debate Feminista" y de la Asamblea General del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir.


Julianna Neuhouesr es traductora, periodista e investigadora estadounidense-mexicana. Se enfoca en analizar el desarrollo de los movimientos antigénero a nivel internacional. Su trabajo ha sido publicado en Revista Común, Gatopardo, Trans Safety Network, Center for a Stateless Society, It Could Happen Here e It’s Going Down y fue la coordinadora y coautora del libro Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de los movimientos antitrans y antigénero en México.






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